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Tuesday, February 18, 2014

Retomando el trabajo colectivo - pensando lo político

En las últimas semanas, el colectivo ex/centrO ha retomado el trabajo colectivo.. Hemos empezado a reunirnos, desde Ohio y desde Managua, semanalamente para leer y discutir  textos de interés  para el grupo. El motivo de fondo es la comprensión del fenómeno del “mal”. Esto nos ha llevado, a través de los autores, al estudio del Estado como ente político del que emana la legalidad. Con este interés en mente,  iniciamos con el texto de Hannah Arendt que aborda el juicio de Adolff Eichmann. Lo que vemos en este texto es lo poco excepcional de la persona de Eichmann, ya que operaba completamente de acuerdo con la política y las necesidades de su Estado (para nosotros, criminal y perverso). La defensa de Eichmann– que Arendt acepta, sin absolverle de su responsabilidad ética – es que estaba simplemente cumpliendo órdenes. Esto es lo que Arendt llama la banalidad del mal. Entendiendo eso y preguntando dónde se sitúa lo político en estos casos llegamos a la clara conclusión que hay una brecha entre el Estado y la justicia. Los Estados no son necesariamente justos. Lo político parece situarse en una serie de alianzas completamente coyunturales y que están completamente desvinculadas  de la noción de justicia. ¿Si lo político está necesariamente desvinculado de la justicia, tiene lo político ética alguna, entonces? Esta pregunta nos intrigaba y fue la que guió nuestra siguiente lectura de Joan Ramón Resina sobre el negacionismo en la Corte Constitucional Española. Para Resina, la justicia también se escapa el Estado y se sitúa más bien en el campo de los derechos humanos internacionales. Dicho campo  pone límite a la soberanía del Estado, ya que los derechos de las personas transcienden el Estado. La insuficiencia del Estado con respecto a la justicia otra vez sugirió que había una desconexión entre justicia y Estado - ¿entre lo político y la justicia, entonces? Fue el texto de Carl Schmitt sobre el concepto de lo político el que más nos ayudó pensar esta pregunta, aunque no nos gustó su respuesta. Lo político, para Schmitt, se define como la distinción específica entre amigo-enemigo y la posibilidad real de eliminar al enemigo. El enemigo es la alteridad, el otro que debe ser destruido porque representa una amenaza existencial a nuestro modo de vida. En este sentido, nos dice Schmitt, lo político no representa un campo de la realidad, sino un grado de intensidad que se nutre de las diferentes esferas de la realidad:  lo económico, lo ético, lo religioso, lo estético, etc. Cuando en cualquiera de estos campos se alcanza la suficiente tensión como para declarar a un enemigo, ahí, según Schmitt, se encuentra lo político. Schmitt nos sitúa en una encrucijada: partiendo de una realidad óntica, es decir, existencial, no se puede negar que los grupos humanos se siguen agrupando bajo la distinción de amigo-enemigo. Para el autor, lo mejor que una sociedad puede hacer es tecnificar su estado o aliarse con estados fuertes para defenderse en caso de intensidad extrema (guerra). Para él, la guerra no contiene ética, pues se basa en la defensa de la soberanía.



De esta forma, nos guste o no, nos está diciendo que en el concepto de lo político no cabe la noción de la justicia. Así, reta las nociones liberales en que lo estatal es presentado como lo “negativo” (que hay que minimizar reduciendo la maquinaria estatal) y lo económico como el consenso. Para él, el liberalismo neutraliza su terminología con fines políticos, sin embargo, no titubea al definir a sus amigos o enemigos.

Por un lado, estamos de acuerdo con él sobre este concepto antagonístico de lo político. En el frío, es la distinción amigo-enemigo.  Esto implica que cuando nosotros tratamos de imaginar políticas otras, lo que estamos haciendo es sumar a lo político lo moral o lo ético. Y si es así, ¿cómo nos diferenciamos de la retórica liberal que desplaza lo político con lo económico? ¿Nuestra ‘corrupción’ de lo político no es igual? Y para interrogar a la pregunta, ¿queremos diferenciarnos del discurso liberal que confunde lo económico con lo político? ¿Hay algo en esa lógica que nos mueve a no querer adoptarla? ¿No es que estamos de acuerdo con la idea del consenso con algunos ajustes? Lo que nos parece problemático es que parece como si Schmitt nos dijera que o somos totalitarios o somos liberales/liberalistas. ¿Cómo salimos de este lugar entre la espada y la pared? Para el momento, pensamos en dos posibilidades. 1) Intervenimos (culturalmente, intelectualmente) en la maquinaria del Estado que es la entidad política que define el modo de vida. ¿Si cambiamos cómo definimos el modo de vida, no sería posible cambiar cómo identificamos a las amenazas existenciales? El problema es cómo llegar a tener este poder y hacerlo sin ser totalitarios—sobre este punto nos parece pertinente reflexionar sobre el pensamiento de Álvaro García Linera. Él habla acerca de la necesidad de que estado y sociedad se interpenetren, pero, como es comunista, piensa que una vez “montado” sobre el estado, se debe desmontarlo entregándole la administración (administration) a los movimientos sociales o sociedad civil. Queda pendiente preguntarse, cuál sería la unidad política? Es necesaria una unidad política? –2) La segunda posibilidad que encontramos al pensar Schmitt, tiene que ver con el enemigo. Si para Schmitt el enemigo tiene que ser público, estatal y extremo – de alta intensidad. ¿Habrá una forma de definir el enemigo como una ente antagónica de baja intensidad que no requiere la destrucción? ¿Cómo discutimos con propuestas como las de Schmitt?

Estas preguntas y estas inquietudes llevamos con muchas ganas de aprender cómo imaginar políticas otras al texto de Chantal Mouffe para la siguiente semana.


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